Guerra de Ucrania – Día 737

En las últimas horas se ha vuelto a hablar sobre el mensaje de Macron relativo al envío de tropas a Ucrania y la necesidad de crear «dilemas estratégicos» en Rusia. A la espera de que realmente se implemente o no esta posibilidad, se trata de un juego peligroso, pues a pesar de ser una potencia nuclear, Francia no dispone por sí misma de los medios suficientes para disuadir a Rusia llegado el caso. Todo al tiempo que en Rusia han hecho circular conversaciones interceptadas a oficiales de la Luftwaffe en los que hablan sobre el empleo de misiles Taurus contra diferentes objetivos, como el puente de Crimea, Rusia hace una nueva prueba de un misil balístico intercontinental, acompañando así el discurso de Putin de hace unas horas y Ucrania y Países Bajos firman su acuerdo de seguridad.

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Llevamos un tiempo diciendo que la situación, a nivel estratégico, no ha dejado de degradarse a medida que Ucrania -a la par que el apoyo de sus aliados- comenzaba a flaquear en esta guerra. Ante la perspectiva de una derrota ucraniana clara en los próximos meses y de que las líneas que todavía sostienen con cierta solvencia puedan derrumbarse por falta tanto de medios como de hombres, son sus aliados europeos, encabezados por Francia, quienes están buscando formas de compensar las carencias de su industria y sus arsenales. Es, salvando las distancias, lo mismo que en su momento hiciese Rusia elevando el tono de la amenaza nuclear cuando sus fuerzas convencionales demostraron ser incapaces de alcanzar sus objetivos estratégicos en este mismos escenario.

Recordemos que, entre septiembre y diciembre de 2022 se vivió un punto álgido en cuanto a la posibilidad de escalada vertical que, finalmente, fue evitado tanto por el mensaje claro lanzado desde la Unión Europea y los Estados Unidos (demostrando unidad, voluntad y capacidad de controlar la escalada al amenazar con golpear convencionalmente a las fuerzas rusas en Ucrania en caso de ataque nuclear ruso a este país) como porque Rusia optó por la movilización, renovando su apuesta convencional.

Ahora, con las tornas cambiadas, en las capitales europeas comienza a cundir el pánico por diferentes razones. Por una parte, la situación en los Estados Unidos, parece seguir estancada, lo que hace poco probable el apoyo de este país a Ucrania a corto plazo. Por otra, la perspectiva de una posible llegada de Donald J. Trump a la Casa Blanca no hace sino alimentar los miedos relativos al grado de compromiso de los Estados Unidos con Europa y, por lo tanto, el decoupling (desacople). Además, hay un tercer factor y es la convicción de que Ucrania no puede ni debe sufrir una derrota catastrófica. Esta deviene, en algunos casos, de la idea de que si esto ocurre, Rusia será más y no menos peligrosa en el futuro. En otros, de simple aversión a Rusia y su forma de gobierno.

El último elemento de esta peligrosa ecuación lo ha venido añadiendo el presidente francés, Macron, primero aireando los debates en torno a la posibilidad de enviar tropas a Ucrania y, ahora, planteando abiertamente la posibilidad de hacerlo. Todo ello justo antes de anunciar que el próximo jueves en el Elíseo a los líderes de los partidos políticos para informarles sobre la situación y debatir sobre el apoyo a Kiev. También mientras habla de restaurar la «ambigüedad estratégica» cuando lo único que realmente ha funcionado durante esta guerra no ha sido dicha ambigüedad, sino el mantener una claridad meridiana que evite errores de cálculo.

Lo que no está claro es si: 1) Macron, tras acceder a información de inteligencia tanto propia como suministrada por otros aliados y por la propia Ucrania ha llegado a la conclusión de que es preferible arriesgarse a la escalada y a una guerra a escala regional (según el nivel de escalada ruso) enviando tropas para luchar allí, antes de tener que hacerlo en los Bálticos o en cualquier otro sitio; 2) si está intentando sentar a Rusia a la mesa de negociaciones planteando la posibilidad de la escalada por parte europea (en este caso debería recabar muchos apoyos para que fuese creíble antes de hablar) o si; 3) está jugando de farol en la convicción de que el respaldo estratégico (mínimo, del débil al fuerte) que ofrece el arsenal francés será suficiente para generar dudas en Rusia del tipo de las que Macron pretende o si solo alimentará su ansiedad incentivando la escalada.

El problema aquí no es cada elemento por separado, sino la suma de todos ellos unida al hecho de que no está del todo claro que todos y cada uno de los líderes europeos actúen por motivos puramente racionales de cálculo estratégico y con el objetivo de restablecer la estabilidad en el continente, alumbrando una nueva arquitectura de seguridad a la salida del conflicto. Lo que es peor, ni siquiera hay una visión común ni del problema, ni de las soluciones, de ahí que el grado de compromiso de unos y otros y las declaraciones públicas varíen de forma tan acusada.

Todo lo anterior se está produciendo mientras en Rusia la situación y la percepción en Rusia es totalmente opuesta y sin que esté claro hasta qué punto ignoramos este hecho a pesar de que se han publicado últimamente obras maravillosas como las de Dimitri Minic o Dmitry (Dima) Adamsky. En este caso, los incentivos para seguir aumentando la apuesta por parte del Kremlin han sido desde el principio y siguen siendo mucho mayores que en el caso de los Estados miembros de la Unión Europea o -todavía más- que en el de los Estados Unidos; de ahí las referencias continuas que hemos hecho en nuestros informes a los puntos de Schelling. Rusia, en todo momento, sentirá la necesidad de escalar un punto más, pues consideran (no nos cansaremos de repetirlo) que están ante un conflicto civilizatorio contra Occidente en el que (según su visión) se juegan su supervivencia. El ultimátum enviado a la OTAN semanas antes del inicio de la guerra, que era de máximos y planteaba una serie de exigencias claras en busca de un nuevo equilibrio de seguridad en Europa constituyó un aviso excelente (sin que esto implique, ni mucho menos, que debiéramos haberlo aceptad, ya que era imposible en esos términos).

Desde entonces, y aunque el Kremlin ha vivido momentos en los que sin duda han tenido que cuestionarse el resultado de lo que estaban haciendo (fracaso inicial en la operación de decapitación y toma rápida de Ucrania, contraofensivas ucranianas en Járkov y Jersón, levantamiento de Wagner Group…), la situación ha ido cambiando progresivamente a su favor. No solo ha reconstituido en buena medida su Ejército, sino que ha sido capaz de aumentar la producción militar, de superar en buena medida la brecha tecnológica con Ucrania, de equilibrar las (enormes) pérdidas humanas con la llegada de nuevas reclutas, etc. Además, ha logrado consolidar la vertical del poder en Rusia con la eliminación de cualquier atisbo de oposición tanto política (Navalny) como de otro tipo (asesinato de Prigozhin, ostracismo de Kadírov…). De hecho, se presenta a las elecciones con más garantías que nunca de obtener un buen resultado, entendiendo que lo necesita porque, como en todos los regímenes iliberales, las elecciones tienen un carácter plebiscitario y sirven para medir el grado de aceptación del régimen, sin duda muy alto.

En relación con esto, no puede olvidarse que Putin controla absolutamente los medios de comunicación en Rusia, además de ejercer un control en gran medida sobre el acceso a Internet de la población, lo que dificulta que cualquier otro relato pueda tener oportunidades de triunfar. No hay que olvidarse la interpretación hecha por Rusia de buena parte de lo que viene ocurriendo en la última década, incluyendo el Euromaidán, que asimilan a las «Revoluciones de colores» vividas en otras latitudes y de las que culpan (no sin razón) a Occidente. En este sentido, llevan desde entonces preparándose para combatirlas y hemos de admitir que, en buena medida, han triunfado. Lo mismo que de cara al exterior con sus medidas de guerra política e informativa (medidas activas), que tan buena acogida están teniendo no solo entre el público de los países de África e Iberoamérica o entre sus aliados más estrechos como Corea del Norte e Irán, sino también en buena parte de las sociedades occidentales. Y esta es una batalla que no podemos ganar a Rusia en el corto plazo, pues lleva años de educación y de ser extremadamente didácticos (amén de tomar otras medidas encaminadas a proteger a la población contra el relato ruso) darle la vuelta a esta situación. Además, el hecho de que en las primeras fases de la guerra la batalla por el relato jugase a favor de Ucrania, dadas las mentiras rusas, ha terminado por hacer que Occidente se acomode en este ámbito, mientras que Rusia ha evolucionado.

Llegados a este punto, en cualquier caso, el lector debe hacer un ejercicio de abstracción y evitar juicios basados en los sentimientos o en la aversión (o aprecio) que pueda sentir hacia Rusia, sus líderes o su relato. Es muchos sentidos, es bastante indiferente si Putin actúa bien para salvarse a sí mismo y a su régimen o bien por convicción. Tendría su influencia si sus decisiones no estuviesen basadas en ningún cálculo (es decir, que fuesen las de un loco), pero no es el caso: actúa racionalmente; Y racionalmente debe ser combatido (buen momento para recordar la «esgrima estratégica» de Beaufre).

Esto quiere decir que los objetivos fundamentales de los Estados miembros de la UE deben ser, dejando al margen cualquier consideración ideológica o aspiración de máximos que no se corresponde con nuestras capacidades, los siguientes; 1) restablecer el equilibrio estratégico en el continente; 2) alumbrar para ello una nueva arquitectura de seguridad; 3) llegar a una situación en la que la parte de Ucrania que caiga del lado occidental siga siendo un Estado viable y seguro.

La opción a priori más lógica (al reducir el riesgo de escalada), pasaría por invertir mucho más en aumentar la producción y situarnos en condiciones de suministrar a Ucrania todo aquello que necesita entrando de lleno en a una guerra de desgaste que, en las condiciones actuales, favorece a Rusia. No lo estamos haciendo y el fracaso de iniciativas como la destinada a suministrar un millón de disparos de 155mm a Ucrania así lo demuestran. En cualquier caso, la idea sería demostrar a Rusia, como se intenta hacer con los acuerdos de seguridad, que el apoyo europeo es claro y a largo plazo y que gana más llegando a un acuerdo que manteniéndose en guerra.

Si esto no es posible, nos adentramos en terra ignota y es cuando comienzan a tener lógicas ideas como la de enviar tropas a Ucrania, arriesgándose a la escalada por parte de Rusia. El problema es que, hacer esto para que salga bien debe hacerse con un respaldo estratégico (y convencional) que no está claro que Francia tenga a pesar de ser una potencia nuclear. También que, en contra de lo que usualmente se cree y como también hemos explicado alguna vez, para Rusia la escalada en este punto no tiene porqué ser totalmente lineal. En primer lugar, porque Rusia no hace una distinción clara, como sí hacemos en Occidente, entre armas convencionales y nucleares, con lo que el salto entre unas y otras no sería tan «dramático» (y recordemos que en las últimas horas han aparecido además filtraciones de las que se extrae que su umbral de uso es más bajo de lo que la mayoría cree). En segundo lugar, porque llegado el caso en el Kremlin podrían interpretar que un ataque estratégico (que no tiene que ser necesariamente nuclear) contra determinadas capitales europeas o contra la misma Bruselas podría ser más beneficioso que hacer demostraciones de uso en su territorio o un primer uso contra zonas despobladas de Ucrania, que perder el tiempo en declaraciones previas (que ya han hecho), etc.

Todo lo cual obliga a que, si realmente se llegan a enviar tropas a Ucrania, esto deba hacerse con el máximo consenso y con todo el respaldo posible, pero también siendo exquisitamente claros respecto a cada mensaje lanzado a Rusia, de forma que los riesgos de escalada incontrolable se minimicen al no alimentar las ansiedades y miedos rusos, ni la incertidumbre en general. Dicho de otra forma, lejos de lo que dice Macron, no es tanto un momento para la «ambigüedad estratégica», como para la «claridad estratégica».

Dicho todo lo anterior, y como cada día, es momento de pasar a explicar las novedades sobre el terreno. En primer lugar, Rusia ha vuelto a lanzar otra oleada de drones contra Ucrania, totalizando tres misiles Kh-59 y 17 drones suicidas tipo Shahed-131/136 (Geran-1/2), de los que su Ministerio de Defensa asegura haber derribado 14, pero ningún misil. Lo que no ha sido suficiente para evitar que se produjesen explosiones en Krivói Rog, Mikolaív u Odesa, donde una persona ha muerto y siete han resultado heridas.

Del lado contrario se han registrado explosiones en Simferopol, Crimea. Además, drones ucranianos han dañado edificios residenciales en San Petersburgo, a unos 1.200 kilómetros de la frontera ucraniana. Además, el Ministerio de Defensa de Rusia ha hablado de ataques con drones también sobre Nizhny Novgorod o Bélgorod, todos los cuales habrían sido neutralizados.

Cabe comentar, que han vuelto a aparecer datos sobre el empleo por parte rusa de drones Lancet contra los equipos ucranianos, que sigue en máximos. Dejando al margen la credibilidad de los números o el hecho de que los vídeos que se filtran normalmente se publican agrupados en el tiempo para maximizar la sensación de que se trata de sistemas letales, lo cierto es que continúan causando importantes pérdidas a Ucrania. Todo a la espera de que el Scalpel, una variante más económica, comience a afluir en cantidades significativas.

También que en las próximas semanas el nuevo jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, Syrsky, podría acometer una reorganización en las mismas o, más exactamente, un cambio entre los jefes de algunas de las brigadas, pues al parecer no está satisfecho con su rendimiento. No está claro si se trata de una decisión puramente militar o si está intentando rodearse de afines.

En cuanto a los combates y los movimientos, aunque se han registrado ataques rusos en el área de Kreminna, en dirección como es habitual a Terny y Yampolivka (sin éxito por el momento) la mayor parte continúan concentrándose en las áreas de Bakhmut, Avdiívka y Mariínka.

En el caso de Bakhmut, Rusia continúa centrándose en la vecina Ivanivske, de la que ya controla una parte de la población, mientras al norte intenta progresar hacia Chasiv Yar por la carretera T-0506.

Pasando a Avdiívka, en las últimas horas las Fuerzas Armadas ucranianas han lanzado una serie de contraataques en la zona al objeto de retardar los avances rusos, que amenazaban con atravesar la línea defensiva Berdychi-Semenivka-Tonenke en puntos como esta última población, al ser las posiciones ucranianas más débiles de lo esperado.

En cuanto a Mariínka, se han registrado pequeños avances rusos hacia el oeste en dirección a Heorivka, así como al sur, en Pobjeda y en Novomykhailivka.

Contexto internacional, diplomacia y sanciones

En el apartado internacional han sido muchas las novedades importantes en las últimas horas. Dejando al margen las palabras de Macron y el anuncio de la reunión del próximo jueves día 7 en el Elíseo, cabe comenzar por el acuerdo de seguridad firmado entre Ucrania y los Países Bajos. Este, a 10 años, sigue la misma línea que los alcanzados anteriormente con Reino Unido, Alemania, Francia, Italia o Dinamarca.

El acuerdo se ha formalizado en una ceremonia en la que han tomado parte por Ucrania Zelenski y por Países Bajos Mark Rutte, de quien se asegura que será el próximo secretario general de la OTAN. Además, durante la visita del político holandés, tanto este como el presidente ucraniano han aprovechado para visitar Járkov, incluyendo un hospital en el que son atendidos militares ucranianos heridos en el frente.

El acuerdo, que incluye además el anuncio de la provisión de 2.000 millones de euros en ayuda militar durante el presente año, ha servido para hacer distintos anuncios suplementarios. Entre estos, el próximo envío de 22 embarcaciones (15 semirrígidas, cinco patrulleras fluviales y tres lanchas armadas CB90) a Ucrania. También la aportación de 250 millones de euros para la adquisición de municiones para la artillería ucraniana, siguiendo la propuesta checa de hacerlo fuera de la UE. Los primeros disparos, por cierto, podrían llegar a Ucrania en «cuestión de semanas».

Cambiando de tercio, el primer ministro ucraniano, Denys Shmyhal, ha dado por superado el segundo invierno de guerra, congratulándose porque la preparación adoptada durante los meses previos ha servido para que no haya sido necesario, salvo puntualmente, aplicar ni cortes de energía, ni para padecer grandes problemas.

El presidente de la Rada Suprema ucraniana, Ruslan Stefanchuk, por su parte, se ha reunido con el presidente del Comité de Exteriores del parlamento polaco, con quien ha hablado sobre las formas de implementar las decisiones del Grupo de Visegrado en relación con la reconstrucción de Ucrania. También han hablado sobre la necesidad de desbloquear la frontera entre ambos países, mientras continúan las protestas de los agricultores y transportistas polacos.

En otro orden de cosas, se ha expulsado a Rusia de la Comisión del Danubio, materializándose así una decisión que se adoptó el pasado mes de diciembre y que daba de plazo a Rusia hasta el 29 de febrero para abandonar la organización. Al no hacerlo, los restantes miembros han decidido la expulsión, así como la imposición de una multa a Rusia por no haber abandonado sus contribuciones tras ser apartada de este organismo en marzo de 2022.

Siguiendo con Rusia, mientras numerosos ciudadanos han sido detenidos en las celebraciones relacionadas con el funeral del opositor Alexei Navalny –se habla de hasta 45 personas– lo cierto es que salvo por protestas puntuales estas han pasado bastante desapercibidas. Entre otras cosas, por el absoluto vacío que han hecho a la ocasión los medios de comunicación rusos, que han evitado informar sobre el tema, como era de esperar.

Otro asunto interesante ha sido la forma en que ucranianos y especialmente rusos han venido utilizando por ejemplo las palabras de Macron, tergiversándolas. En este caso se ha utilizado algo que se da por sabido desde las primeras fases de la guerra (el recurso a operativos occidentales para proteger envíos u ofrecer formación concreta a los operadores ucranianos dentro del territorio en este país) para confundir diciendo que Francia abrirá la puerta al envío de unidades de Operaciones Especiales a Ucrania.

También, en las últimas horas, las supuestas conversaciones interceptadas a oficiales de la Fuerzas Aérea alemana referentes al hipotético empleo de misiles Taurus contra objetivos en Crimea. Estas, difundidas por algunos de los principales propagandistas rusos, como Soloviev o Simonyan, giran en torno a un supuesto plan para suministrar 100 misiles a Ucrania que serían utilizados para atacar objetivos como el puente de Crimea o los depósitos de municiones. En realidad, todo dentro de lo normal, pues los militares alemanes, como muchos otros, hablan sobre estos escenarios (en este caso al parecer por orden de Pistorius) y discuten como lo hacen sobre muchos otros asuntos en previsión de lo que pueda ocurrir. Sin embargo, los medios rusos lo han aprovechado para publicar que hay un plan dentro de las Fuerzas Armadas alemanas, sugiriendo que posiblemente sin conocimiento del gobierno, para atacar Crimea, en lo que constituiría «casi una declaración de guerra». Mientras tanto, la postura pública de Scholz sigue siendo clara al respecto, lo que no ha evitado que desde Rusia los medios oficialistas hablen de un plan torticero que se basaría en la «negación plausible».

De hecho, otra declaración relevante en las últimas horas ha sido la del ministro de Exteriores rusos, Serguéi Lavrov, en relación con las palabras del secretario de Estado estadounidense a propósito de que una derrota ucraniana hacía más probable y no menos un enfrentamiento Rusia-OTAN. Según Lavrov, si «Austin habla sobre el riesgo de un enfrentamiento OTAN-Rusia, esto significa que Estados Unidos tiene un plan para ello». Todo lo cual, unido a lo anterior, nos devuelve a la primera parte del informe y debe obligarnos a pensar sobre el tipo de mensaje que realmente llega a la ciudadanía rusa, pero también sobre la posibilidad de que lo que Lavrov ha expresado no sea otra cosa que la percepción generalizada en el país, incluyendo la de su clase política.

Cerramos con un tema al que se presta poca atención: los traumas de guerra. Olena Zelenska, la primera dama ucraniana, que sigue de visita en el Reino Unido, ha participado en las últimas horas en una mesa redonda en la que se hablaba sobre la salud mental y la recuperación de esta en los niños y adolescentes ucranianos. Según Zelenska: «Desgraciadamente, Ucrania vive desde hace dos años de invasión en condiciones extremas y ya ha adquirido amplios conocimientos prácticos en el tratamiento de la salud mental: el 90% de nuestra población sufre un nivel de estrés alto o muy alto. Esto se aplica no sólo a los defensores, sino también a los civiles que sufren estrés a diario debido a los bombardeos y a la conciencia constante de la posibilidad de muerte».