Tras lo que muchos consideran un «doble tanto» de la UE -al lograr aprobar por una parte la ayuda a Ucrania y, por otra, doblegar la resistencia de Orban-, las discusiones siguen girando en torno al futuro del general Zaluzhnyi y a las posibilidades militares de una Ucrania que no volverá a recibir el volumen de ayuda que recibiera en el pasado. También ha sido noticia la muerte de dos trabajadores humanitarios franceses en el frente y la decisión de la Corte Internacional de Justicia de declararse competente de cara a pronunciarse sobre la mayoría de los aspectos de un caso presentado por Ucrania en 2022 relativo a la invasión.
Después de que hace unas horas los Veintisiete lograsen aprobar el paquete de ayuda «A new Ukraine facility» valorado en 50.000 millones de euros y que permitirá sostener la economía ucraniana durante los próximos cuatro años, han sido varios los titulares y las editoriales en los medios de comunicación en los que se ha hecho referencia a la doble victoria alcanzada por Bruselas y por los Estados miembros más proclives a mantener la ayuda a Kiev. Estados que, de hecho, son la inmensa mayoría.
Se ha hablado así tanto de la señal enviada a Rusia, como del éxito que supone haber forzado a Hungría, su aliado más estrecho dentro de los Veintisiete, a aceptar el texto final sin mover apenas una coma, a pesar de todas las exigencias y trabas planteadas previamente por Víktor Orban, quien tiene sus propios intereses. Un Orban que, plegando velas y tratando de minimizar daños internos, ha tratado de vender a su electorado la decisión como un triunfo, amparándose en las garantías concedidas a Hungría de que los fondos bloqueados a este país no terminarán en Ucrania, algo que nunca estuvo sobre la mesa.
Lo que sí parece que estuvo sobre la mesa fue someter a un importante castigo a la economía de Hungría, en caso de que Orban no deciese, tal y como en su día publicó el diario estadounidense Financial Times. De esta forma, y de no plegarse a la decisión de la mayoría, al parecer se habrían hecho declaraciones públicas destinadas a asustar a los inversores, de forma que la moneda húngara (florín húngaro) cayese y el coste de pagar la deuda que acumula el país aumentase para los húngaros, lo que podría haber tensionado mucho sus cuentas.
Esta decisión, tomada como decíamos por la mayoría de Estados miembros de la UE, es significativa en varios aspectos. En primer lugar, porque a pesar de que la Unión Europea es un constructo legal y político pensado en torno a los Estados y de ahí el derecho de veto, especialmente desde que comenzara la guerra de Ucrania se han ido estableciendo mecanismos informales que permiten sortear los vetos. Al menos siempre que estos procedan de un país sin excesiva relevancia y que haya acuerdo entre los grandes. En segundo lugar, porque para una organización internacional tan sui generis como es la UE, con 27 aproximaciones diferentes –motivadas por factores históricos y geográficos– a la estrategia común, es un logro llegar a un acuerdo sobre un tema concreto, incluso «a pesar» de algunos de sus miembros. Lo que no quiere decir, en cualquier caso, que los Veintisiete tengan ninguna estrategia hacia Rusia, más allá de la idea -muy vaga por otra parte- de que Ucrania no debe llegar a unas hipotéticas negociaciones de cualquier manera.
Obviamente, y a pesar de las declaraciones y las opiniones de muchos de los políticos europeos, que la UE traduzca esta aparente voluntad de ser un actor estratégico en capacidades, sigue siendo más una quimera que otra cosa. Sin embargo, entre la situación en la frontera oriental y el miedo que despierta un segundo mandato de Trump, es posible que se genere una nueva ventana de oportunidad que permita nuevos avances en la construcción europea en materia de defensa. Claro está, como en muchas otras ocasiones anteriormente, estos pueden ser poco más que «nadar y nadar para morir en la orilla», pues el ritmo de estos avances suele ir por detrás del ritmo de cambio tanto del panorama internacional, como de la propia guerra.
Claro está, para que Ucrania no salga todavía más malparada de este conflicto hacen falta más factores que la ayuda económica de la UE -principalmente una ayuda militar que, en el caso de los Estados Unidos, continúa bloqueada en el Legislativo y el aumento en la producción de municiones (o su adquisición en otros mercados)-. Decimos esto dejando claro que Rusia «perdió» la guerra en las tres primeras semanas y que ya no le es posible alcanzar sus objetivos estratégicos iniciales, aunque sí lograr un resultado positivo para sus intereses mientras Ucrania sigue padeciendo en su suelo la mayor parte de los estragos de la guerra.
Es aquí quizá en donde más se dejan notar los cambios de dinámica en los últimos tiempos, en una evolución que se ve a la perfección si vamos haciendo un recorrido por las publicaciones que se han ido haciendo durante el último año. Así, mientras desde Ucrania lo que trasciende en los últimos meses son los problemas de reclutamiento y las divisiones internas entre la cúpula política y la militar, desde Rusia venden un relato completamente diferente, tratando de proyectar en los últimos meses una imagen de victoria que tampoco se corresponde por completo con la realidad del campo de batalla y las dificultades que tiene para lograr los más mínimos avances.
Es más, se congratulan por los logros alcanzados en el terreno industrial, que más allá de aumentos de producción de misiles, municiones de artillería y todo tipo de piezas, habría implicado la creación de hasta 520.000 puestos de trabajo en el sector de la defensa únicamente durante 2023. Al menos esas han sido las declaraciones del presidente ruso, Vladímir Putin, durante una reunión de activistas participantes en su campaña electores. Frente a ellos, dio algunos datos interesantes, como que las 6.000 empresas de defensa del país emplean en total a 3.500.000 de rusos, a los que habría que sumar otras 10.000 empresas que sin ser del sector, se ven arrastradas por este y son claves en su funcionamiento.
Así las cosas, aunque es difícil hacer una proyección a partir de datos tan vagos, es muy posible que de los aproximadamente 74 millones de personas que forman la masa laboral rusa –que sufre de importantes déficits de mano de obra-, una parte más que sustancial estén ahora mismo trabajando o en empresas de defensa o indirectamente para estas. Y es que, como hemos explicado en alguna ocasión, aun sufriendo importantes tensiones, en Rusia saben que las medidas keynesianas -básicamente las adquisiciones masivas a su industria-, están siendo muy útiles para cambiar su economía, haciéndola menos dependiente del exterior y beneficiando a uno de los pocos sectores con un cierto componente tecnológico.
Todo mientras siguen haciendo continuas referencias a la movilización total llevada a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, aunque no parece que esto vaya a implicar un esfuerzo de ese tipo, aunque podría ser una forma de preparar a la sociedad para un grado de movilización todavía mayor al actual.
Dicho lo anterior, y mientras en Rusia la cúpula militar y la política tienen muy clara cuál es la forma de «ganar» esta guerra -simplemente esperar-, en Ucrania Zaluzhnyi, a quien pese a los rumores Zelenski todavía no ha relevado del mando, ha presentado como adelantamos en el informe de ayer su visión sobre cómo Ucrania debe librar la guerra en los próximos meses. Una visión que se podría resumir en una única frase (aunque merece la pena leer el texto completo): «la tecnología ostenta una superioridad indudable sobre la tradición».
Y es que Zaluzhnyi, que no tiene problemas en admitir todos los factores que juegan en contra de Ucrania, parece tener claro que su única oportunidad pasa por introducir avances tecnológicos (acompañados de mejoras doctrinales), especialmente en apartados como la drónica. Para lo cual, sería necesario como dice dar un giro de prácticamente 180º al sistema industrial-militar ucraniano, algo que cree posible en un plazo de apenas cinco meses.
Concluye Zaluzhnyi diciendo que, de cara a este 2024, Ucrania debe concentrar sus esfuerzos en tres áreas:
- Crear un sistema para proporcionar a nuestras fuerzas armadas activos de alta tecnología.
- Introducir una nueva filosofía de entrenamiento y guerra que tenga en cuenta las restricciones en los activos y cómo se pueden desplegar.
- Y dominar nuevas capacidades de combate lo antes posible.
Todo al tiempo que lanza un mensaje de moderada esperanza, afirmando que: «Nuestro objetivo debe ser aprovechar el momento: maximizar nuestra acumulación de las últimas capacidades de combate, lo que nos permitirá comprometer menos recursos para infligir el máximo daño al enemigo, poner fin a la agresión y proteger a Ucrania de ella en el futuro».
Dicho todo lo anterior, y pasando a lo ocurrido sobre el terreno, nos encontramos en las últimas horas con una nueva oleada de drones rusos lanzados sobre Ucrania. Concretamente, desde fuentes de este último país, hablan de 24 drones Shahed-131/136 (Geran-1/2) de los que habrían derribado 11, es decir, menos de la mitad. No deja de ser significativo, porque de un tiempo a esta parte los porcentajes admitidos por los ucranianos se han reducido notablemente, lo que indica que tienen algún tipo de problema en este sentido, en tanto antes las cifras eran generalmente superiores al 75 por ciento. Eso a pesar de que no dejan de afluir sistemas al país.
Entre los objetivos alcanzados se encuentran localidades como Krivói Rog, que han sufrido apagones tras verse afectada la infraestructura energética. En cualquier caso, si bien Ucrania atraviesa problemas para hacer frente a las oleadas rusas, seguimos sin ver una capacidad clara por parte de Moscú de sostener un alto ritmo de lanzamientos, lo que indica también que sus reservas y capacidad de munición no son las esperadas.
Más allá de esto, las novedades en cuanto a movimientos de las últimas horas son mínimas, no así las bajas, que se cuentan por decenas de vehículos y sistemas de todo tipo una jornada más, manteniéndose a favor de Ucrania la relación de las mismas.
Sin noticias relevantes ni de Lugansk ni del área de Bakhmut, la mayor parte de la actividad registrada se ha producido en torno a Avdiívka. Allí, las fuerzas rusas han vuelto a atacar con fuerza desde el norte, en la zona al este del Terrikon, hasta alcanzar según algunas fuentes las primeras dachas en la parte más septentrional de la ciudad, entre el anterior y el lago. Otras fuentes, no obstante, no dan el avance por hecho, marcando la zona como todavía en disputa. En cualquier caso, todo lo anterior entra dentro de lo esperado, pues Rusia parece haberse marcado Avdiívka como un objetivo a alcanzar antes de las elecciones del 17 de marzo al precio que sea, como demuestran los constantes testimonios de bajas sufridas.
Contexto internacional, diplomacia y sanciones
En las últimas horas ha visitado Kiev el ministro de Asuntos Exteriores de Malta, quien se ha reunido con su homólogo ucraniano, Dmytro Kuleba. Lo ha hecho, representando a un país que ostenta la presidencia temporal de la OSCE, y al que Kuleba ha agradecido que mantenga a Ucrania en lo más alto de la agenda de esta organización. Además, se ha reunido con el jefe de la Oficina del Presidente, Andriy Yermak, quien ha hablado con el maltés del apoyo a la «Fórmula de paz» de Zelenski. Por último, se ha visto con el propio Zelenski, quien ha pedido a la OSCE que se centre en la vuelta a casa de los niños ucranianos deportados ilegalmente a Rusia.
También ha visitado Ucrania la ministra de Exteriores canadiense, quien se ha visto, entre otros, con el Primer Ministro, Denys Shmyhal. Este último ha agradecido al país norteamericano su decisión de unirse a la coalición para el retorno de los niños deportados, así como el apoyo a la iniciativa ucraniana de desminado humanitario.
En otro orden de cosas, desde Francia su presidente, Emmanuel Macron, ha denunciado como un «acto cobarde e indigno» la muerte de dos trabajadores humanitarios franceses en Ucrania tras un ataque ruso llevado a cabo mediante el uso de drones. Una acción en la que tres personas más han resultado heridas y que abre un nuevo punto de fricción entre Rusia y Francia. Una relación que ya venía siendo tensa en las últimas semanas, tras la campaña rusa en los medios hablando de la supuesta participación de un gran número de mercenarios franceses en la guerra de Ucrania. Por de pronto, la Fiscalía Antiterrorista francesa ha abierto una investigación.
En cuanto a la ayuda militar, en las últimas horas han salido a la luz unas declaraciones del ministro de Defensa de Bulgaria, Todor Tagarev, en las que afirma que el centenar de vehículos blindados prometidos meses atrás están ya de camino a Ucrania, si bien no se han dado más datos.
Por otra parte, aunque no es más que un trámite que sirve para oficializar algo que ya se sabía, el Bundestag alemán ha aprobado la ayuda militar a Ucrania para este 2024, que queda fijada en 7.600 millones de euros, una cifra que ya había adelantado Scholz.
Además, Zelenski se ha referido en su declaración diaria a la llegada de dos nuevos sistemas antiaéreos a Ucrania. Si bien no ha dado detalles del modelo exacto, ha dicho que son «capaces de interceptar cualquier cosa», por lo que . Por cierto, que también se ha referido una vez más a la velocidad con la que avanza la construcción de posiciones defensivas por todo el frente, algo que Ucrania lleva meses haciendo en previsión de futuras ofensivas rusas y como parte de su paso a la defensiva estratégica.
Para concluir con el apartado internacional, y después del varapalo judicial sufrido por Ucrania en relación a la acusación contra Rusia de ser un «estado terrorista», en las últimas horas ha obtenido una pequeña victoria al declararse la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de las Naciones Unidas competente para juzgar un caso presentado por este país sobre la invasión rusa.
En relación con esto, Ucrania había llevado el caso contra Rusia ante este tribunal, con sede en La Haya, pocos días después del inicio de la invasión, que había sido justificada en parte por el presidente ruso Vladimir Putin al hacer referencia a las intenciones de «genocidio» orquestadas por Kiev en el Donbás.
Los ucranianos, por su parte, habían negado categóricamente las acusaciones argumentando que el uso del «genocidio» por parte de Rusia como pretexto para una invasión contravenía la Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio de 1948, mientras Rusia negaba la legitimidad de la CIJ para pronunciarse sobre este asunto, algo que desde el tribunal han rechazado.